Tengo esta sensación tan familiar de tener mariposas en el estómago cuando por fin despega el avión hacia el continente africano, que de alguna manera ha llegado a formar parte de mi ser. He perdido la cuenta, pero creo que he hecho más de 20 safaris a caballo en diferentes países africanos como puede ser Sudáfrica, Mozambique, Namibia, Botsuana, etc. Cada país, cada safari tiene cosas únicas, que lo hace muy distinto de los demás.
Hoy os quiero contar un poco de mi último safari en Namibia, que fue un viaje de exploración en una zona muy remota donde los elefantes tienen fama de ser muy agresivos por sufrir la caza furtiva durante años y donde ninguna persona blanca había puesto un pie hasta la fecha.
Al bajarme del avión en Windhoek me saluda la luz y el aire tan típico. Encuentro que cada lugar tiene su olor particular y Namibia huele a desierto. El Namib de hecho es el desierto más antiguo del mundo y también lo he cruzado a caballo pero de eso os lo contaré en otra ocasión.
Tras pasar la primera noche en un lodge muy agradable, a menos de una hora del aeropuerto, nos esperan largas horas en coche hasta el punto de partida del safari que esta vez comienza casi en la frontera con Botsuana, en el extremo noreste del país. Aunque son muchas horas en coche, es muy entretenido, porque empiezas a conocer a la gente del grupo de 10 que somos y el paisaje también cambia mucho a lo largo del camino. Por la tarde
nos encontramos con los caballos – que han hecho el mismo recorrido en camión – y después de buscarse cada uno un sitio para dormir, una cena riquísima preparada en la hoguera, charlas y risas, pasamos la primera de muchas maravillosas noches bajo la luz de las estrellas.
Por la mañana me levanto con el amanecer. No hace falta ninguna alarma, los rayos del sol te despiertan poco a poco de forma natural. Yo siempre pongo mi cama mirando al este, así puedo ver salir el sol nada más abrir los ojos. Ya puedo oler el café y el desayuno que ha preparado Willem, nuestro cocinero. Nuestro guía Andrew, que es uno de los mejores guías de safari a caballo que conozco, nos ayuda el primer día a ensillar y preparar nuestros caballos. Esta vez me ha vuelto a tocar Etosha, un alazano cruce de árabe con no sé qué. Ya nos conocemos de otro safari. Es un caballo con mucha experiencia, pero un poco impaciente. A mí me gustan los caballos con un poco de chispa, así que encantada. Formaremos un equipo durante los próximos 10 días.
Ya el primer día nos encontramos con una manada de elefantes bebiendo en una charca. Como sabemos que son muy agresivos, mantenemos una distancia prudente, pero parece ser que son agresivos con los vehículos pero no con los caballo. Será porque no hay cazadores furtivos que vayan a caballo, digo yo. En realidad, me preocupan más las vacas que de repente aparecen y que no nos miran con buena cara. Es curioso, a lo largo del safari no hemos visto ningún asentamiento ni pueblo y sin embargo los “bushmen” viven en alguna parte. De vez en cuando hemos visto caminar a alguno en mitad de la nada y la única señal de que hay humanos cerca, en alguna parte, son las vacas con las que te encuentras de repente, de vez en cuando.
A mediodía el sol comienza a apretar y nos tomamos un descanso. Los caballos reciben agua y heno, se pueden revolcar para quitarse el sudor y nosotros disfrutamos de un rico almuerzo a la sombra de un baobab increíble. El tema de los baobabs, es una cuestión aparte. Cada uno es más majestuoso que el siguiente y todos tienen entre 1000 y 2000 años. Pasaremos muchas noches al pie de algunio de estos gigantes. Por la tarde llegamos a un pequeño lago que se ha formado tras las abundantes lluvias de este año. Está lleno de ruidosos flamencos, que se sienten muy seguros en el agua y no toman nota de los caballos. También vemos cebras y ñus y un gran elefante, un macho solitario que tampoco nos presta demasiada atención y hasta posa para las fotos.
Ha sido un primer día lleno de muchas impresiones y avistamientos de animales maravillosos que comentamos en la cena alrededor de la hoguera. Durante la noche hay turnos de vigilancia y yo me he apuntado voluntaria para el turno de 11 a 1. La sensación de paz es increíble aunque puede ser efímera. Los caballos estaban tranquilos, la gente durmiendo y la luz de la luna ilumina lo justo para poder distinguir la silueta de la vegetación cuando de repente se ve una gran masa moviéndose en la oscuridad. Es un elefante enorme que camina de forma totalmente silenciosa. Siempre me asombra los silenciosos que pueden ser, incluso cuando atraviesan vegetación muy densa. Los caballos se intranquilizan ante la presencia de este gigante y nuestro guía Andrew y Larissa, su mano derecha deciden que hay que pedirle que se marche. Así que se levantan y con gestos y la voz consiguen ahuyentarlo. Nadie se ha despertado y sólo sabrán que hemos tenido visita por la noche cuando se levanten por la mañana.
Cada día pasamos unas 6 o 7 horas a caballo, mucho paso y galopes largos y rápidos entre medio. Los caballos son unos deportistas de élite, no se cansan, son como corredores de maratón. Yo en cambio, no acostumbro a pasar tantas horas al día a caballo pero debo decir que no tengo ni agujetas ni dolores, ni rozaduras ni nada. Las monturas de “Trail” están hechas a medida y son muy cómodas, así que ni ibuprofeno ni tiritas ni nada.
Este safari nos lleva por paisajes cambiantes y sorprendentes y la desconexión del resto del mundo es total, no sólo porque no hay señal de móvil ni nada (hay un teléfono por satélite para emergencias), realmente te olvidas de todo y simplemente empiezas a ser y a absorber lo que ves y vives cada día. Aviso, es muy adictivo.
En la última noche, Andrew nos ha preparado una sorpresa y recibimos la visita de los bushmen que nos enseñan algunas técnicas de caza y luego nos cantan y bailan. Es completamente hipnótico, las melodías y danzas ancestrales te transportan al pasado y casi entras en un trance. No ha cambiado mucho la forma de vivir de los bushmen. Ya me gustaría a mí estar tan conectada con la naturaleza como ellos, pero bueno, lo intento.
Estoy volviendo a la civilización y me está costando bastante. El aeropuerto de Zurich, donde hago escala, me espera con sus tiendas de lujo y delicatessen suizas. Me pregunto quién necesita todas estas cosas, cuando un estómago lleno, un buen caballo, una cama para dormir y buena compañía es todo lo que se necesita para ser feliz. Que otros se compren los bolsos de marca, yo no los quiero ni los necesito. Lo que necesito es volver a irme de safari en cuanto pueda.
Claudia Westerbarkey
Horseback Adventure Designer
T. +34 952 859 113 M. +34 666 412 074
www.crisandkim.com
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