En la quinta entrega de mi diario de viaje os informaba de mi llegada a Córdoba, el pasado 24 de marzo y que gracias a Manuel de la Rosa, profesor de la escuela de herradores (su teléfono, por si alguien lo necesita, 606354046), pude salvar la situación ante la perdida de una herradura de mi yegua pía Rebeca.
Pasé la noche de nuevo en mi tienda, con la Mezquita de Córdoba al fondo. Al día siguiente, bien temprano y tras pedir autorización, pude recorrer lo que los musulmanes construyeron. Bajo el patio de los naranjos existe un amplio aljibe, que aseguraba el agua para la purificación de los fieles. En el siglo XIII eran palmeras las que ocupaban el espacio y no fue hasta el siglo XV cuando se vieron los naranjos y posteriormente añadieron olivos y cipreses, curioso, ¡verdad!
Pude también inmortalizar a mis caballos frente a una de las 19 puertas de la Mezquita, la llamada de oro, no sin dificultad, ya que el tráfico en el casco viejo es fluido y me condiciona a ir super atento.
De Córdoba me dirijo a Cerro Muriano y de allí a Villaharta, donde me acoge Francisco Jara, amigo de Paco Gato, que tiene un campo cercado y, tanto yo como mis fieles corceles, somos muy bien atendidos.
Emprendo camino a Alcaracejo, donde, por casualidad, al parar en una fuente, en el barranco de Calera, al pie de un cortijo, apareció su propietario Francisco Javier. Me contó que era el artífice del proyecto "Alcaracejo Mozárabe”, impulsado por el Ayuntamiento de esta localidad, que se hacía visible en todo el trazado, gracias a los paneles de información, junto a la web del camino Mozárabe, sin duda, el tramo más bonito, mejor cuidado y mejor señalizado, desde que salí de Almería. Bravo por estos proyectos que hacen visible al peregrino la zona de los pedroches.
De Alcaracejo me dirijo a Hinojosa del Duque, donde la catedral de la Sierra se erige majestuosamente, es una de las siete maravillas de la provincia y declarada Monumento histórico de interés cultural, de estilo gótico, construida en el siglo XV.
Duermo en un merendero con lavabos llamado Dehesa Boyal, no sin antes, comerme un plato de arroz y una cerveza. Los lugareños, al conocer de mi travesía, no dudaron en invitarme. Os sigo contando.....
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