Esta es mi primera travesía por el Parque Nacional de Picos de Europa, recorriendo Cantabria, Asturias y León - ¡pero no será la última! Me siento muy agradecida por esta experiencia y quiero compartirla con vosotros porque veo la necesidad de reconocer y revalorar el auténtico lujo: tiempo para hacer lo que te apasiona, unos paisajes tan épicos como bellos, una riquísima biodiversidad, una gastronomía espléndida, mucha tradición cultural e histórica… - y una gran compañía, pues, citando a Christopher McCandless entre lo salvaje, “Happiness is only real, when shared.” Así que ¡a compartir!
Resulta que no cantaré tan mal porque nos daban lluvia toda la semana, toda, y solo nos mojamos el primer día. El resto disfrutamos de “radio-Cata” y un sol estupendo, además del viento justo para despeinarnos sin volvernos completamente “tiruriru” (que en el idioma escalador de por aquí significa “locas”). Y ya ves a 13 mujeres sobre 13 caballos por los Picos de Europa y a los 2 hombres haciendo la asistencia (uno con collarín y otro con el labio partido… cada uno que imagine lo que quiera). Cabalgamos por senderos, pistas forestales, vías pecuarias, pueblos, caminos… y si te descuidas hasta por las nubes.
Arrancamos desde Cantabria, después de reconvertir las croquetas de barro en caballos. Con impermeables al viento, subimos la primera montaña de varias y encontramos los invernales donde el ganado pasaba los duros inviernos norteños. Por un descenso igualmente desafiante llegamos hasta un encantador pueblo quesero de Liébana. Después de una quesada casera, remontamos un sendero de curvas que si he de hacerlo a pie prefiero que me coman los lobos… y entre la misteriosa bruma pasamos a Asturias para llegar a Sotres, pueblo de Cabrales y el más alto del Parque Nacional, “que toca el cielo con los dedos” y donde nosotros tocamos el champán con la lengua para celebrar el éxito de nuestra primera jornada.
Uno de los momentos más especiales para mí de este viaje sucede entre la bruma que nos envuelve en el Vao de los Lobos, los caballos van en fila india por la izquierda y a la derecha se abre un precipicio de tanta caída que no me atrevo ni a asomarme. Entre la niebla aparece una gran ave a nuestra misma altura… y no sé si nosotras volamos con los pájaros o si los pájaros cabalgan con nosotras. Da lo mismo, la sensación de libertad es compartida - “Los caballos nos prestan las alas que nos faltan”.
Hacemos noche en pueblos aislados entre montañas, lugares en los que las piedras de las casas saben a historias de pastores, donde se escucha el silencio de los Picos y se respira un aire tan puro como gélido… solo faltaría que nos visitara algún fantasma.
Al amanecer, como 13 guerreras, partimos por la ruta de la Reconquista y nos adentramos en las entrañas salvajes de Picos de Europa. Cruzamos entre el macizo central y el occidental por la lengua que formó el glaciar al derretirse. El Valle de Áliva es sencillamente espectacular, mire donde mire hay belleza: el sol brilla en un cielo azul, los rocosos picos enredan las nubes en sus cimas, los blancos neveros invernales contrastan con el verde de los pastos, por el sendero encontramos vacas asturianas y cántabras con sus terneritos, y las manadas de caballos salvajes galopan sin límites… Un escandaloso burro se nos une a la marcha y algún motero lo intenta también, pero para desilusión de mis varias celestinas ninguno pasa el filtro de candidato a pretendiente - casi prefiero la compañía del burro.
Tras visitar unas antiguas minas casi tan abandonadas como mis citas, nos dirigimos a una Ermita (algo que sí frecuento, quizá aquí me quedo). Mientras nos acercamos a Nuestra Señora de las Nieves, vemos llegar a la asistencia con el remolque. Y también la ven los rebaños, que se acercan a buen paso hasta rodearlo… ¡hay que luchar por nuestro picnic! No dudamos en hacer de vaqueras para ganarnos la riquísima paella (hecha ahí mismo mientras hacemos un aperitivo de quesos y vino). Todo sabe mejor preparado con cariño al aire libre y el increíble atractivo de estos paisajes solo puede ser más bonito visto entre las orejas de un caballo!
Incluso Fuente Dé, que no podía faltar en esta ruta, conocida por su circo glaciar, el nacimiento del río Deva y el teleférico, preferimos verlo a caballo. Seguimos la antigua ruta por la cual se movía el ganado a los mercados de los pueblos y encontramos chozas tradicionales de la zona. Las vistas son espectaculares, tramos abiertos con varias capas de picos en diversos tonos azules y tramos cerrados donde el sol se cuela entre las hojas de los hayedos como si pintara un claroscuro. En las praderas florecen grandes espinos y por las sinuosos caminos nos cruza un gran ciervo - lo vi yo misma, sino sospecharía que es fruto de las margaritas bebidas en mesa de piedra con el picnic. Al galope pasamos a León para llegar al corazón del Parque Natural: Valdeón, el pueblo enclavado entre los macizos occidental y central de los Picos de Europa. Y desde el restaurante del hotel vemos revolcarse y pastar a los caballos… y alguno que hace ambas a la vez. Si hubiéramos sabido que al día siguiente teníamos que quitar el estiércol de los campos (¡qué despropósito!) subo los caballos a la habitación.
En la cuarta jornada recorremos a caballo las “tierras de la Reina”. Unos caminos secretos nos llevan por túneles de flores amarillas y por alfombras de hierba atravesadas por serpientes de agua, los rebecos se recortan entre los rocosos picos y las blancas nubes, y algo se esconde entre las matas… demasiado claro para ser un lobo pero demasiado grande para ser un zorro. Pero lo que pone los pelos de punta, además del vendaval, es el escarpado descenso hasta Llánaves que solo un par lo bajan a caballo (diría que menos por valentía que por conservar las rodillas). Curva a curva llegamos al prado de destino, en el que los caballos disfrutan su hierba y, junto a ellos, nosotras también nos merendamos unas margaritas… de tequila, al más puro estilo mejicano. Casi hay que cargar a alguna en el remolque hasta el alojamiento de tradición cazadora en el que un oso (al que le gusta el perejil) vigila la chimenea y un lobo ibérico gruñe sobre la barra.
Disecada también casi me quedo yo del frío la mañana siguiente al salir de mi cueva y pisar el hielo del campo… pero nada mejor para entrar en calor continuar la travesía por el Puerto de San Glorio, un paso de montaña que alcanza los 1.609 metros y que une las provincias de León y Cantabria. Atravesar la cordillera ofrece unas extraordinarias vistas 360 de los macizos de Picos de Europa. Un gran oso pardo de piedra guarda el lugar donde el viento me despeina más que nunca - por si aún no había quedado claro, para mí es muy importante sentir el viento.
Llevarme puestos los pinchos de las zarzas entre las que nos abrimos paso ya no me gusta tanto, aunque sí es divertido ir escuchando los “ai’ “ui” “oi” entre risas. La flora silvestre varía por el viejo camino, vamos entre árboles cambiantes, hayas, robles, encinas, robles, fresnos, pinos… Especialmente divertido es pasar por los cerezos, que van perdiendo rojo a nuestro paso: el arte está en pillar las maduras desde el caballo sin explotarlas en la mano (alguna casi acaba la gymkana con cara de cereza). Con el “aperitivo” ya hecho, llegamos al hotel de gran referencia de Cosgaya, donde nos reciben con las ropas tradicionales de Cantabria, una atención exquisita y el mejor cocido lebaniego que he comido nunca.
El último día de ruta, como buenas peregrinas, hacemos camino siguiendo el río Deva hasta el Monasterio de Santo Toribio (lugar de interés histórico y religioso considerado uno de los principales santuarios de España por custodiar la reliquia más grande del mundo de la Cruz de Cristo). Es una sensación especial escuchar los cascos de mi caballo sobre adoquines con tanta historia… - aunque de vuelta haya que recoger el estiércol (“pack it in - par it out”). Como el resonar de campanas, los cascos de los caballos anuncian nuestra llegada a Potes, donde si no hubiese tantos ojos mirándonos habríamos hecho una “parada técnica” para un poco de orujo… En lugar de eso, para nuestra última experiencia gastronómica nos comemos al caballo que ha llegado el último (así se mejora la selección para la próxima ruta).
No, claro que no nos comemos un caballo, empaquetamos varios “para llevar” a petición de las clientas, que se lo quieren llevar a casa - ¡y lo prefieren vivo! Van a necesitar una maleta más grande… Quizá para la próxima, ya que sin ninguna duda este es un lugar al que VOLVER: buenos caballos, paisajes impresionantes, comida exquisita, alojamientos de ensueño, una logística excepcional fruto del trabajo bien hecho por grandes profesionales, y una compañía divertidísima - ¡y volveré con Aravalle Centro Ecuestre! Gracias Andrea y Javi, Ángel, Jackie y 10 “wilde dochters”. Y gracias a un pequeño caballo lusitano, más bueno que el pan de pueblo y más dulce que la miel salvaje, que ha sido un gran compañero en este viaje por Picos de Europa. Una servidora vuelve pronto porque “el que es gallo donde quiera canta”!
- Catalina del Barro -
@wild_cata
Normas de participación
Esta es la opinión de los lectores, no la de este medio.
Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios inapropiados.
La participación implica que ha leído y acepta las Normas de Participación y Política de Privacidad
Normas de Participación
Política de privacidad
Por seguridad guardamos tu IP
216.73.216.119