Hace muchos años, cuando todavía pagábamos en pesetas, salí con cuatro amigos más de ruta. Como era habitual entonces, íbamos a la aventura, sin saber que encontraríamos en cada destino, incluso sin saber el destino.
En aquella ocasión, era otoño, salimos de El Espinar (Segovía). La idea era seguir la cañada Real Soriana del lado de Segovía hasta Sotosalbos, subir el puerto de Malagosto, bajar a Rascafría y volver por Cotos, La Fuenfría y Marichiva al punto de partida en unos tres días.
Como era habitual, la noche nos pilló de camino. Al llegar a Sotosalbos paramos en un bar y preguntamos si sabían de alguien que nos pudiera vender pienso para los caballos y por algún lugar donde poder acampar con ellos. El camarero dijo algo del “viejo del molino” y nos dio su teléfono.
En nuestra cabeza imaginamos un señor muy viejo, con boina y garrote, que tenía un molino. Uno del grupo tomó la iniciativa y le llamó. En la parte de la conversación que nosotros podíamos oír nuestro amigo asentía “ah, entonces nos puede vender pienso, estupendo”… “qué también tiene sitio para poder dormir, por supuesto que nos interesa”, “¿Y los caballos?” “¡Qué tiene cuadras!, genial” “Vamos ya mismo”…
Siguiendo las indicaciones del “viejo” llegamos a una casona grande, muy cuidada y bien iluminada. Nos recibió el dueño, que ni era viejo ni llevaba boina ni garrota. El lugar era uno de los primeros hoteles rurales con encanto que hubo en España. Al frente estaba Antonio Armero, un abogado de prestigio, pionero de las grandes rutas a caballo y defensor a ultranza, también en los juzgados, de las vías pecuarias. Un tipo encantador, amable y divertido con el que congeniamos de inmediato. Tras atender los caballos, nos tocó el turno a los jinetes. Una ducha estupenda, cena y sobremesa. Era evidente que no era el viejo del molino, era el molino de rio viejo, entre Sotosalbos y Collado Hermoso.
A partir de ese día volvimos muchas veces al Molino. Antonio a menudo salía a caballo a nuestro encuentro, otras veces nos preparaba una chuletada en el camino de vuelta, cerca de La Granja. Más de una vez, alargamos la estancia para recorrer con él toda la zona, Navafría, Pedraza o seguir la Cañada adelante.
Al día siguiente de nuestro primer encuentro, Antonio nos dio las indicaciones precisas para subir a Malagosto, atajo incluido, pasando por la finca de una amiga suya. “La llave de la puerta está debajo de una piedra en el lado derecha. Si alguien os para, decirle que os mando yo”.
Cuando llegamos a Malagosto, a 2.000 metros de altitud, comenzó una nueva aventura. Quisimos acortar y nos metimos por una zona terrible de bancales de repoblación en los que perdimos buena parte del día. Al final encontramos la pista deseada y fuimos cabalgando a media ladera dejando Rascafría y El Paular abajo a nuestra izquierda. Dos de los miembros del grupo, dos altos directivos de la FNAC, que hacía años que no montaban, estaban destrozados y agotados.
Llegamos, todavía no sé cómo, a Cotos ya de noche. El panorama era desolador. En el refugio-bar no había donde dejar los caballos, todo estaba abierto y la carretera casi en la puerta. Salimos por ella dirección al puerto de Navacerrada a ver si teníamos más suerte. Unos cuatro kilómetros al trote y sin luces. En el puerto uno de los miembros del grupo habló con el dueño de Venta Arias, que era amigo suyo. Tras dejar en un hotel a nuestros amigos de la FNAC, que volvieron a Madrid en tren por la mañana, incapaces de seguir adelante, el de Venta Arias, con una cizalla en la mano, nos llevó con los cinco caballos por una cuesta abajo interminable a un chalé. Rompió un candado y nos acomodó, a jinetes y caballos, en el jardín donde muy agradecidos pasamos la noche. Un jardín que por la mañana amaneció devorado por los caballos.
De los tres que quedamos, dos subimos con otros tantos caballos a organizar su recogida en camión y a despedir a nuestros doloridos amigos. Al bajar de nuevo, vimos al tercero, entonces director de informativos de una importante Televisión, compungido recogiendo el estiércol de los caballos con un ligero cabreo.
La fortuna quiso que se presentarán los dueños del chalé, que alucinaron al ver su casa llena de caballos, el jardín destrozado y lleno de estiércol. Tras no pocas explicaciones, los propietarios entraron en razón, eso sí, pidieron que al menos les dejáramos el jardín limpio. Algo que cumplimos.
Resueltos todos estos sucedidos, la cabalgata tomo dirección a El Espinar siguiendo por el Camino Smith hasta la Fuenfría, de allí a Marichiva, para bajar a la Estación de El Espinar por la Garganta del Rio Moros. Volveríamos alguna vez a Navacerrada a caballo, pasando la noche acampados junto a un arroyo que discurre por ese barranco que bajamos y subimos varias veces aquel día.
Asignatura pendiente
En aquella ruta aprendimos bastantes cosas de las que no se deben hacer, otra cosa es que la aplicáramos en el futuro. La principal lección tiene que ver con la comida y alojamiento de ellos caballos. Un problema de difícil solución. El Molino de Río Viejo se vió obligado a cerrar y, si bien mantienen su nombre, sus siguientes propietarios dejaron de acoger caballos.
El principal inconveniente que nos encontramos los amantes de las rutas a caballo tiene que ver con la logística de nuestros compañeros de viaje. Son pocas las hípicas que aceptan caballos en ruta y no existe una infraestructura estable de alojamiento de caballos. Nos conformamos con poco, una nave mínimamente habilitada que garantice la seguridad de los caballos, unos corrales con cobertizos, una vaquería, las mangas de ganados de los pueblos, un simple prado cerrado.
Si existiera una mínima infraestructura, la gente se echaría a los caminos y todo el mundo ganaría. Mientras tanto sólo queda visitar las zonas de paso antes de la ruta, hablar con los alcaldes o lugareños para conseguir un lugar donde coman, beban y duerman nuestros caballos y dejar en cada lugar pienso y forraje para cuando vayamos. Una verdadera barrera de entraba para muchos aficionados.
Mapas y tracks
Poco después de esta ruta, y también en Malagosto, la niebla nos sorprendió y despistó completamente durante horas. Finalmente encontramos el camino y llegamos a nuestro destino. Lo primero que hice fue comprarme un GPS y empecé a preparar las rutas con detalle, sobre planos digitales y con apoyo de fotos aéreas de SIGPAC -no existían ni Maps ni Google Earth- sobre las que creaba los tracks y todo cambió.
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